En su libro “La Posverdad”, Lee McIntyre explica las causas sociales, filosóficas y psicológicas del fenómeno de nuestro tiempo: la irrelevancia de la verdad en un mundo dominado por las emociones.
Por Andrés Riva Casas*
La posverdad se convirtió, inicialmente, en una palabra, un término o concepto que pretendía describir un fenómeno social concreto. En 2016 el Diccionario de Oxford la declaró “palabra del año” y no fue por casualidad. Ese año Donald Trump ganó las elecciones en Estados Unidos poco después de que el Brexit triunfase en Reino Unido. Estos dos episodios políticos fueron los causantes de que “posverdad” fuese la palabra del año pues los analistas políticos necesitaron una forma simple de explicar el proceso por el cual los sentimientos pueden imponerse a los hechos en el debate político. ¿Por qué la gente creyó tantas mentiras? ¿Por qué decidió en contra de sus intereses económicos? ¿Por qué fracasaron las campañas que apostaban a los datos rigurosos y el intercambio racional de ideas? Las incógnitas se acumulaban sin respuesta.
Así, el diccionario registraba una palabra, pero no ofrecía pista alguna sobre las razones por las cuales individuos racionales de democracias liberales decidirían que, para hacerse una idea de la realidad, habría que darle más importancia a la subjetividad que a los hechos objetivos.
¿DE QUÉ HABLAMOS?
En su libro “La Posverdad”, publicado en 2018, el filósofo norteamericano Lee McIntyre se propone responder esa incógnita abordando el problema de manera multidimensional. Así, la ciencia, la filosofía, la sociología y la psicología nos ofrecen insumos para comprender las causas de este fenómeno que, siendo muy novedoso, se asienta en estructuras preexistentes y largamente conocidas.
McIntyre reconoce que, si bien “hemos vivido con estos por siglos”, es decir, con amenazas a la verdad, “lo que parece nuevo en la era de la posverdad es un desafío no solo a la idea de conocer la realidad sino a la existencia de la realidad en sí misma”. En su libro “Posverdad: cómo las estupideces conquistaron el mundo” (2017), el periodista James Ball explica que el mundo de la posverdad no es uno en el que se utilice la mentira para confundir o manipular, sino uno en el que hay quienes ya no toman a la verdad como referencia para crear sus propias ideas y verdades alternativas. En cierto sentido, dice Ball, el que miente reconoce cuál es la verdad y decide tomar el camino puesto. En la era de la posverdad, la verdad ya no tiene relevancia. Según McIntyre, «el prefijo ‘post’ pretende indicar no tanto la idea de que hemos ‘pasado’ la verdad en un sentido temporal (como en ‘posguerra’) sino en el sentido de que la verdad ha sido eclipsada, que es irrelevante».
LA POLÍTICA
Pero saber hasta qué punto la verdad es irrelevante o deliberadamente obviada no es tarea fácil. En cierto sentido, nos impone la necesidad de conocer la “honestidad” con la que los actores de la vida pública expresan sus puntos de vista. McIntyre expresas sus dudas al comentar que, «en el reciente debate público, uno tiene la sensación de que la posverdad no es tanto una afirmación de que la verdad no existe como que los hechos están subordinados a nuestro punto de vista político». Una afirmación poderosa: cada uno tratará de que los hechos coincidan con su punto de vista. “Lo que llama la atención sobre la idea de la posverdad – añade – no es solo que la verdad está siendo cuestionada, sino que está siendo cuestionada como un mecanismo para afirmar el dominio político”. O sea, también supone la idea de que los ciudadanos prefieren escuchar a alguien que les diga lo que ya piensan antes que enfrentarse a ideas desafiantes.
En este sentido y apuntando directamente al debate político, el autor considera que lo que se impone en torno al concepto de posverdad es la noción de que, “dependiendo de lo que uno quiera que sea verdad, algunos hechos son más importantes que otros». «Cuando las creencias de una persona están amenazadas por un ‘hecho inconveniente’, a veces es preferible cuestionar el hecho», explica, poniendo sobre la mesa un problema notorio: muchos políticos – Donald Trump es un caso paradigmático – prefieren atacar la verdad y a quienes intentan reportarla, antes que enfrentar lo que esta representa.
LAS CAUSAS
McIntyre realiza un convincente recorrido por lo que, según su abordaje del tema, son las causas del problema de nuestro tiempo. En primera instancia, las campañas que han intentado negar los avances y descubrimientos científicos logaron herir de forma permanente a la verdad. Cuando se descubrió la vinculación entre el cigarro y el cáncer o entre el consumo de combustibles fósiles y el calentamiento global, las empresas involucradas financiaron sus propias investigaciones y compraron científicos para contrarrestar la “verdad inconveniente”.
Asimismo, lograron convencer al periodismo de que por muy poco populares que fuesen sus ideas, el rol de la prensa era dar una cobertura equitativa a los diferentes puntos de vista, generando lo que McIntyre describe como una “falsa equivalencia” entre la verdad y la mentira.
Estas estrategias de mentira deliberada han permitido la coexistencia de “verdades alternativas”, fundadas en “hechos convenientes” que ayudan a corroborar una idea preconcebida.
Nada de esto sería posible sin los sesgos cognitivos (de los que ya nos hemos encargado en una columna anterior), que según los descubrimientos de las ciencias del comportamiento permiten a las personas negar sistemáticamente la realidad cuando esta resulta inconveniente. En tal sentido, McIntyre enfatiza la Teoría de la Disonancia Cognitiva de Leon Festinger, según la cual el cerebro es capaz de adaptar nuestras convicciones y percepciones para evitar el malestar psíquico que nos genera la realidad que se revela ante nuestros ojos. Por otra parte, el sesgo de confirmación es un mecanismo muy común que nos lleva a buscar información que confirme nuestros prejuicios en lugar de combatirlos o ponerlos en cuestión.
Desde el punto de vista filosófico, McIntyre no pasa por alto el daño permanente que el “posmodernismo” le ha causado a la verdad objetiva o, cuanto menos, a la pretensión de objetividad. Si todo es narrativa, si todo es relativo, si incluso la ciencia puede ser considerada una construcción cultural, entonces la verdad no existe y la realidad no es más que una cuestión de puntos de vista.
LO QUE SIGUE
Si bien el autor intenta ofrecer respuestas para combatir este fenómeno, la realidad indica que las herramientas son rudimentarias. Por un lado, McIntyre sugiere combatir la mentira en todos los terrenos, reduciendo así el daño que puede causar en la audiencia. Esa es la batalla de la prensa (profesional) norteamericana contra el Gobierno de Trump. Por otro, combatir las causas de la posverdad en nuestro interior. Es decir, ejercitando el pensamiento crítico para ser menos vulnerables a los sesgos cognitivos que todos llevamos dentro.
La conclusión es que, en última instancia, la posverdad no refiere a la realidad en sí misma, porque los hechos existen y siempre lo harán: el problema está en cómo decidimos reaccionar frente a ella. Podemos aceptarla por dolorosa que sea, o negarla para evitar el mal trago.
Si la verdad deja de importar, si la realidad es una cuestión de apreciaciones subjetivas y los hechos solo son relevantes en la medida que se subordinen a nuestras convicciones, entonces la civilización ha abandonado los pilares centrales de su desarrollo: la racionalidad y el método científico.
Referencias:
Ball, James. 2017. Post-Truth: How bullshitt conquered the world. London: Biteback Publishing Ltd.
McIntyre, Lee. 2018. Post-Truth. Cambridge: The MIT Press.
*Lic. en Estudios Internacionales. Docente de la licenciatura en Estudios Internacionales de Universidad ORT Uruguay. Director de Relaciones Internacionales y Cooperación de la Administración Nacional de Educación Pública. Senior Fellow del Centro para el Estudio de las Sociedades Abiertas. Director del proyecto MLADI.